
Durante el Siglo de Oro español, y especialmente a lo largo del siglo XVII, surgió una práctica cosmética que hoy en día nos llama poderosamente la atención: la ingesta de barro o arcilla por parte de damas y doncellas de la alta sociedad. Este hábito alcanzó tal popularidad que incluso Diego Velázquez lo inmortalizó en su famosa obra Las Meninas (1656). En la pintura, la dama de compañía María Agustina Sarmiento aparece sosteniendo un búcaro —una vasija diseñada para conservar, aromatizar y enfriar el agua— sobre una bandeja de plata, a punto de ofrecérsela a la infanta Margarita de Austria.
El papel de los búcaros en la bucarofagia
Los búcaros se elaboraban con un tipo de arcilla porosa y perfumada que no solo mantenía el agua fresca, sino que también permitía que parte del líquido traspasara la superficie y se evaporara, enfriando el contenido restante. Tras alrededor de una hora, se podía beber el agua y, acto seguido, comer parte del recipiente.
- Búcaros de Portugal y España: En la Península Ibérica se producían búcaros en zonas como Toledo y Badajoz, aunque los más afamados provenían de Estremoz, en Portugal. De hecho, Isabel de Portugal aportó como dote en su boda con Carlos V varios de estos recipientes de Montemor-o-Novo, cerca de Estremoz .
- Búcaros del Nuevo Mundo: También se apreciaban con especial devoción los búcaros que llegaban desde América, en particular los procedentes de Tonalá (México), famosos por su singular arcilla y tacto.
¿Por qué comer barro? Las motivaciones de la bucarofagia
La bucarofagia —nombre con el que se conoce esta práctica— no se reducía al consumo directo de los búcaros tras beber agua. Algunas mujeres preferían llevar consigo pequeñas porciones de arcilla a modo de golosina, como si fueran cuentas de un collar, tal y como describe Covarrubias, quien calificó estos fragmentos de barro como «golosinas viciosas». Detrás de esta costumbre había al menos cinco razones principales:
- Blanquear la piel
En el Siglo de Oro, la palidez facial se consideraba la máxima expresión de belleza. El consumo de barro cocido podía provocar anemia ferropénica, debido a que la arcilla interfiere en la absorción de hierro en el intestino. Como resultado, la piel adquiría ese tono pálido tan buscado en la época. - Adelgazar
El canon estético demandaba mujeres extremadamente delgadas. Al recubrir las paredes intestinales, la arcilla impedía la absorción de nutrientes esenciales (grasas y proteínas), favoreciendo la pérdida de peso. Quevedo alude a esta costumbre en su obra Casa de Locos, describiendo a algunas damas que “daban en comer barro para adelgazar, y adelgazaban tanto que se quebraban”. - Efecto anticonceptivo
Más allá de la belleza, muchas damas consumían barro con la esperanza de evitar embarazos. Los sacerdotes llegaron a prohibir su ingesta en el confesionario precisamente por la sospecha de que perjudicaba «la generación». De hecho, en 1689, el marqués d’Harcourt aludía a este tema en una carta enviada desde Madrid, explicando cómo su propio capellán amenazó con excomulgarlo por querer entregar búcaros a una dama. - Contrarrestar la hipermenorrea
Algunas mujeres buscaban frenar menstruaciones muy abundantes que derivaban en anemias. Con la ingesta de arcilla, se pretendía disminuir el flujo, aunque el método en sí comportaba riesgos graves, entre ellos la obstrucción intestinal o la inflamación del abdomen. - Potenciar la fecundidad
Paradójicamente, también existía la idea de que el barro aumentaba las probabilidades de concebir. Bajo la concepción hipocrática de la época, se creía en la existencia de semen masculino y femenino, y se pensaba que el barro ralentizaba el flujo de humores para prolongar la “fusión” de ambos. Este tipo de razonamiento motivó que algunos médicos de la Corte recomendaran el consumo de arcilla a figuras como la reina María Luisa de Orleans.
Consecuencias y peligros de la bucarofagia
Aun cuando las mujeres del Siglo de Oro hallaron en la bucarofagia una forma de seguir el canon estético o regular su fertilidad, los riesgos superaban con creces cualquier aparente beneficio:
- Opilación o oclusión intestinal: Al no poder digerir correctamente la arcilla, se producían bloqueos en el intestino que podían derivar en perforaciones y peritonitis.
- Ictericia y fallo hepático: El barro podía obstruir, además, los conductos biliares, provocando ictericia y daños graves en el hígado. Autores como la condesa francesa D’Aulnoy describen claramente cómo el abdomen de las afectadas se endurecía “como una piedra” y sus rostros adquirían un tono amarillento.
- Muerte prematura: Sin tratamientos médicos eficaces para la oclusión intestinal o la insuficiencia hepática, el desenlace era con frecuencia fatal. El caso de la reina María Luisa de Orleans, esposa de Carlos II, ilustra de forma dramática estas consecuencias, ya que sus médicos le recomendaron barro de Chile con la esperanza de lograr descendencia. Tras su fallecimiento, la autopsia reveló graves problemas intestinales y abundante acumulación de gases, signos inequívocos de que padeció complicaciones derivadas de la ingesta de arcilla.
Un cambio de paradigma: del barro a nuevos ideales
La obsesión por la tez blanca y la delgadez extrema, sumada a la falta de métodos anticonceptivos fiables, provocó que la bucarofagia se extendiera con rapidez por la corte y la nobleza del Siglo de Oro. No obstante, con el paso de las décadas, el peligro de esta práctica y los avances en el conocimiento médico impulsaron gradualmente su abandono. Para el siglo XIX, había casi desaparecido, junto con otros cánones de belleza y creencias de la época que hoy nos resultan, cuando menos, sorprendentes.
Fuente: Kriz, K. (2022) “La bucarofagia en el Siglo de Oro: Los efectos deseados y los efectos secundarios dañinos por la salud”, Avisos de Viena. Vienna, Austria, 3, pp. 40–46. doi: 10.25365/adv.2022.3.6585.

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