Cuando el Poder y el apetito van de la mano
En la historia de la humanidad, los reyes y emperadores han sido recordados por sus conquistas, sus romances y, en ocasiones, por sus excentricidades. Pero hay un aspecto de sus vidas que a menudo pasa desapercibido: la comida. Los monarcas no solo eran los líderes de sus naciones, sino también los anfitriones de algunos de los banquetes más opulentos jamás vistos. Hoy exploraremos las historias de tres figuras reales cuyos apetitos eran tan imponentes como sus tronos.
Carlos I de España: El Emperador Cervecero
Carlos I, o como se le suele llamar Carlos V, gobernó un imperio donde el sol nunca se ponía, pero tampoco lo hacía su hambre. Este emperador disfrutaba de banquetes que hubieran hecho temblar cualquier mesa. Entre sus platos favoritos destacaban los chorizos magros, la ternera, salchichas picantes, angulas, salmón y arenques. Sin embargo, lo que verdaderamente lo definía era su afición por las bebidas: cerveza y vino en cantidades que hoy llamaríamos «industriales».
Enrique VIII de Inglaterra: El Monarca de los Manjares del Mar
Enrique VIII pasó de ser un joven atlético y activo a convertirse en uno de los monarcas más glotones de su tiempo, especialmente después de un accidente en un torneo que limitó su movilidad. Su apetito se volcó hacia los manjares del mar: truchas, arenques, salmón, cangrejos y bacalao se encontraban entre sus favoritos.
Pero Enrique no solo disfrutaba de los sabores del océano; también tenía una debilidad por las frutas, especialmente las fresas, que eran casi un lujo en su tiempo. Su dieta reflejaba tanto su opulencia como su necesidad de escapar del dolor físico que sufría en sus últimos años. Cada comida era una declaración de poder y riqueza, y sus banquetes quedaban grabados en la memoria de quienes los presenciaban.
Adolfo Federico de Suecia: Un Banquete Mortal
Mientras que otros reyes disfrutaban de la comida como parte de su vida diaria, Adolfo Federico llevó esta pasión a otro nivel, uno que resultó fatal. Este monarca sueco es famoso por su insaciable apetito y su peculiar afición por tallar cajitas de rapé mientras comía. Pero su legado quedó marcado por su último banquete.
En una sola comida, Adolfo Federico devoró un menú digno de un dios nórdico: caviar, langosta, coles, champán, arenques y, como toque final, nada menos que 14 bollos con leche. Esta extravagancia culinaria resultó ser demasiado para su cuerpo, y el rey murió tras esta copiosa cena. Hoy es recordado como «el rey que murió de comer», un apodo tan curioso como su historia.
El Poder de la Mesa Real
La comida en la realeza no era solo una necesidad biológica; era una forma de mostrar poder, riqueza y estatus. Los banquetes reales reunían a la nobleza, cerraban acuerdos políticos y marcaban la diferencia entre los privilegiados y el pueblo llano. Pero también eran un reflejo de la personalidad de los monarcas. Mientras Carlos I bebía para celebrar, Enrique VIII comía para sobrellevar sus dolencias, y Adolfo Federico, tal vez, simplemente no conocía límites.