La Revolución Húngara de 1956

En 1956 el pueblo de Hungría inició una Revolución para derrotar al gobierno soviético
Revolución Húngara. El fisgón histórico ©2024

La Revolución Húngara

Después de la Segunda Guerra Mundial, Hungría cayó bajo la órbita de la Unión Soviética. Bajo el control del Partido Comunista Húngaro, se instauró un régimen autoritario que mantenía a la población bajo represión, censura y con escasas libertades políticas. El líder estalinista Mátyás Rákosi impulsó purgas y políticas duras que generaron un gran descontento social.

Sin embargo, tras la muerte de Stalin en 1953 y el proceso de desestalinización emprendido por Nikita Jrushchov, algunos países del bloque soviético comenzaron tímidas reformas. Hungría se contagió de este aire de cambio, alentado además por sucesos externos, como las protestas en Polonia el 19 de octubre de 1956, que exigían menor injerencia soviética y más libertades. En ese ambiente efervescente, la sociedad húngara demandaba un futuro diferente.

La chispa polaca y el inicio de la revolución

El 19 de octubre de 1956, Polonia vivió manifestaciones antisoviéticas que inspiraron a los húngaros a mostrar su solidaridad. Como símbolo de la histórica amistad polaco-húngara, se organizó una gran concentración en torno a la estatua del general Józef Bem, héroe tanto de Polonia como de Hungría. Esta manifestación se fijó para el 23 de octubre a las 3 de la tarde y es considerada el detonante oficial de la revolución.

Ese mismo día, ante la efervescencia de las calles y el creciente número de participantes, se empezaron a alzar voces que pedían reformas políticas profundas, la retirada de las tropas soviéticas y el cese de la represión. Las concentraciones pacíficas derivaron rápidamente en un clamor popular masivo.

La noche del 23 de octubre y la toma de la Radio Estatal

Durante la noche del 23 de octubre, un grupo de rebeldes decidió acudir a la sede de la Radio Estatal Húngara para difundir sus demandas y atraer el apoyo de la ciudadanía. Sin embargo, se encontraron con la resistencia de la policía secreta (ÁVH), que respondió abriendo fuego contra la multitud reunida en las afueras del edificio.

El giro inesperado se produjo cuando los soldados húngaros, enviados para reprimir la manifestación, se negaron a disparar contra la gente. En vez de obedecer las órdenes, se quitaron las estrellas soviéticas de sus uniformes y se unieron a los rebeldes. Con su ayuda, los manifestantes lograron tomar el control del edificio de la radio, convirtiendo esta acción en uno de los momentos más simbólicos de la revolución húngara.

La expansión de la revuelta y la propaganda oficial

Los enfrentamientos se extendieron de manera vertiginosa desde el 24 de octubre. Los rebeldes, que en un inicio eran apenas unos pocos miles de ciudadanos —en su mayoría estudiantes, obreros y jóvenes—, consiguieron armas de los cuarteles y se organizaron para oponer resistencia a los tanques soviéticos. Con barricadas improvisadas y una sorprendente coordinación, lograron contenerlos en varios cruces estratégicos de Budapest.

Paralelamente, el régimen intentaba minimizar la magnitud de la insurrección a través de transmisiones de radio oficiales, que no cesaron de propagar noticias falsas. Se repetía cada hora que los «rebeldes fascistas» habían sido vencidos o que estaban rindiéndose, en un esfuerzo por desmoralizar a la población.

El punto de no retorno: la masacre del 25 de octubre

El momento crucial llegó el 25 de octubre, cuando miles de personas se congregaron de forma pacífica en la Plaza Kossuth, frente al edificio del Parlamento. Las fuerzas soviéticas y la policía secreta abrieron fuego contra unos 6,000 manifestantes, provocando un número de víctimas estimado entre 200 y 1,000, incluyendo heridos que fallecieron posteriormente.

Esta masacre fue el punto de no retorno: la indignación estalló en toda Hungría y consolidó el respaldo popular a la revolución. Los rebeldes ganaron simpatizantes de forma acelerada, y la infraestructura del gobierno comenzó a tambalearse.

El breve logro de la independencia

Ante la imposibilidad de contener el movimiento, el gobierno húngaro, hasta entonces tutelado por la Unión Soviética, cedió. Se formó un nuevo Ejecutivo y el primer ministro emitió la orden de retirada de las tropas soviéticas de Hungría, un paso que equivalía a la independencia del país respecto al Pacto de Varsovia. Fue un momento de gran esperanza para la sociedad húngara, que veía la posibilidad real de retomar su soberanía nacional.

Aun así, la calma fue efímera. Las escaramuzas en las calles continuaban. Los soviéticos, conocidos por su escaso respeto a los acuerdos de alto el fuego, realizaban ataques sorpresa en plena madrugada. Al mismo tiempo, los servicios secretos pusieron en marcha tácticas de trampas, engaños y provocaciones, prolongando los combates.

La intervención soviética y la represión final

El gobierno soviético anunció el 31 de octubre que retiraría sus tropas del país, pero esto resultó ser una estratagema. En realidad, Moscú había decidido aplastar la revolución húngara y dar una lección contundente a cualquier otro país satélite que pensara rebelarse.

El 2 de noviembre, llegaron 12 nuevas divisiones soviéticas a Hungría, además de las cinco que ya se encontraban desplegadas. Muchos de estos soldados procedían de Asia Central y, según testimonios, fueron engañados con el argumento de que lucharían contra “nazis alemanes” en vez de civiles húngaros.

La represión más brutal se concentró entre el 4 y el 11 de noviembre, cuando los tanques soviéticos se desplegaron por todo Budapest y otras ciudades importantes. Pese a la valiente defensa de los rebeldes y a la espera de una hipotética ayuda de Occidente que nunca llegó, la aplastante superioridad militar soviética resultó invencible.

Consecuencias y legado histórico

El fin de la revolución húngara dejó miles de muertos, heridos y un gran número de prisioneros políticos. Se estima que alrededor de 200,000 húngaros huyeron del país en los meses siguientes, buscando refugio en Austria y otros lugares de Europa. Para la Unión Soviética, el aplastamiento de la revolución fue una advertencia al resto del bloque comunista: no se tolerarían disidencias ni intentos de salir de la esfera de influencia de Moscú.

A partir de 1957, el régimen instaurado bajo la supervisión soviética decretó que todo lo ocurrido en octubre de 1956 solo podría enseñarse y recordarse como una “contrarrevolución fascista”. Sin embargo, el recuerdo de quienes participaron o fueron testigos de esos hechos persistió clandestinamente, transmitiéndose de generación en generación.

La memoria perdurable: hacia la República de Hungría

La fuerza simbólica de la Revolución de 1956 no pudo ser borrada. Con el paso de las décadas y el progresivo debilitamiento del sistema comunista, la verdad sobre los hechos de octubre salió a la luz. Finalmente, el 23 de octubre de 1989, se proclamó la República de Hungría, poniendo así fin a la era comunista y rindiendo tributo a los ideales de soberanía, libertad y democracia por los que tantos húngaros habían luchado y muerto tres décadas antes.

De aquella revuelta popular quedó como emblema la bandera húngara con el agujero en el centro, donde se había arrancado el escudo comunista. Ese vacío en la tela simboliza la determinación de un pueblo que se resistía a someterse y que, con su sacrificio, marcó un antes y un después en la historia húngara y en la memoria de todo el bloque soviético.

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Juan de Aragón "El fisgón histórico"

Ilustrador, aficionado a la historia y curioso en general. He publicado un montón de libros de divulgación historia para los más jóvenes y cuento cosas que me interesan o me llaman la atención en esta web y en redes sociales.

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